Bueeeeno... Ya me despedí de la familia de Fausto y la de Rómulo.
Al final me decidí a preguntarles a todos ellos si querían acompa?arnos en nuestro viaje, pero solamente Vicenta quería. Aunque el desenlace fue obvio: sus padres se lo negaron después de varios idas y vueltas con ella llorando.
Pobre Vicenta, me dio mucha pena el verla así.
Qué sé yo... Tal vez si hubiera hablado más con todos ellos, si me hubiera inmiscuido más en sus vidas, el resultado ahora sería diferente. Al menos a Fausto le prometí que reconstruiría su casa antes de irme, así que quedé en muy buenos términos con ellos.
Por cierto, me dieron de comer unas manzanas, así que no tuve que preocuparme por volver rápido a casa.
Hablando de eso, justo ahora estoy caminando por el borde del arroyo.
Todavía me faltaba hablar con Tarún, con Tariq y con toda esa familia. No iba a ser fácil, nada fácil. Tarún y yo habíamos sido cercanos, muy buenos amigos desde el principio, pero desde que Anya murió y él decidió quedarse con su padre, la amistad se había terminado.
Me quedé pensando en cómo carajo iba a encarar esa conversación hasta que algo me sacó de mis pensamientos. Delante de mí, agachada contra el agua, estaba Lucía. Sus manos estaban apoyadas en la orilla, con el cabello casta?o oscuro cayéndole sobre la cara mientras inclinaba la cabeza hacia el arroyo, como si estuviera escuchando algo. Otra vez. Siempre lo mismo. Las partículas mágicas, sus murmullos, sus secretos.
Ahí estaba ella, escapándose de nuevo para venir al arroyo.
Esto ya se estaba yendo de las manos. ?Cuántas veces la habíamos encontrado así entre todos en el último mes? ?Veinte? ?Treinta? Cada vez que podía, se escabullía de la casa, de las tareas, de todos, y venía acá a meterse en la cabeza de esas partículas. No me decía mucho, solo pedacitos de lo que escuchaba, pero era obvio que estaba obsesionada. Todo el tiempo haciendo lo mismo, como si esas voces diminutas fueran lo único que importaba. Y yo… Yo no sabía cómo manejarlo.
Era mi hermanita, mi mamá reencarnada, y verla así, tan atrapada, me ponía nervioso. No quería que esto la consumiera, pero tampoco sabía cómo sacarla de ahí sin que se enojara o se cerrara más.
"?Otra vez acá, mami?" Pregunté, manteniendo la voz baja pero firme, queriendo sacarla de su trance sin asustarla.
Ella levantó la cabeza de golpe, y esa pesta?a roja en su párpado derecho brilló bajo la luz del sol. Sus ojos negros me miraron un segundo, como si no me reconociera del todo, antes de que una sonrisa chiquita se le dibujara en la cara.
"Hola, hijo", dijo, enderezándose un poco pero sin levantarse del todo.
Sus manos seguían cerca del agua, como si no quisiera perder el contacto con las partículas.
"No te escuché llegar".
"Ya me di cuenta".
Me acerqué más, agachándome a su lado para mirarla de cerca. El reflejo del agua le bailaba en la cara, y por un segundo me pareció que estaba más pálida de lo normal.
"?Qué estás haciendo? ?Otra vez hablando con ellas?"
Ella asintió, pero no dijo nada de inmediato. Sus dedos juguetearon con el borde de su falda roja, y luego miró el arroyo otra vez, como si las partículas estuvieran susurrándole algo en ese mismo momento.
"Sí... están diciendo cosas raras otra vez. Cosas que no entiendo del todo".
Hizo una pausa, y su voz bajó, casi como si tuviera miedo de que alguien más la oyera.
"Mencionaron tu nombre otra vez, Luciano. Y el de Sariah. Siempre lo mismo, pero ahora... ahora también hablan de otras cosas".
Fruncí el ce?o, sintiendo un cosquilleo en la nuca que no me gustó nada.
"?Hablan de otras cosas? ?Qué carajo significa eso? ?Tiene que ver con los pelos míos que tiraste al agua?"
"Algo así... No sé, es como si quisieran decirme más, solo que parece que no pueden... o no quieren. Todavía estoy tratando de saber qué quieren decirme".
Me quedé callado un segundo, mirando el agua. Las partículas brillaban ahí, flotando como siempre por dentro y fuera del agua, y por un momento me imaginé que me estaban mirando de vuelta, que sabían que estaba escuchando esto. Todo este asunto de las partículas ya me tenía un poquito harto, y verla a Lucía tan metida en esto me ponía más nervioso todavía. Esto se me estaba yendo de las manos, y no sabía cómo pararlo.
"Mami, escuchame. Sé que querés ayudar, que querés entender qué pasa con ellas, pero... ?No te parece que estás viniendo demasiado seguido? Te escapás todo el tiempo, y no me decís casi nada de lo que te dicen. Me preocupás".
Me quedé esperando una respuesta, con los ojos fijos en ella, pero Lucía no me miró. Sus dedos seguían jugueteando con el borde de su falda roja, retorciendo la tela como si quisiera arrancarla pedazo a pedazo, y podía ver cómo sus hombros se tensaban, como si mi pregunta la hubiera atrapado en algo que no quería enfrentar.
"?Mami? ?No me vas a decir nada? ?Qué pasa?"
Ella no levantó la vista. Sus manos se movieron más rápido, ahora apretando la falda con fuerza, y noté cómo sus rodillas temblaban apenas, como si quisiera salir corriendo, pero no se animara todavía. El silencio se estiró, pesado, roto solo por el murmullo del arroyo. No me miraba, no me hablaba, y eso me ponía los nervios de punta. Siempre había sido abierta conmigo, incluso con las cosas raras de las partículas, pero ahora... Ahora parecía que me estaba escondiendo algo grande.
"Lucía, en serio. No me gusta verte así, toda nerviosa y callada. ?Qué te están diciendo las partículas? ?Es algo malo? ?Tiene que ver conmigo o con la maldición?"
Me incliné un poco más hacia ella, intentando que me viera, aunque fuera de reojo.
Nada. Ni un sonido, ni un movimiento de su cabeza. Sus dedos se clavaron todavía más en la falda, y por un segundo pensé que iba a romperla de tanto apretar. Su respiración se aceleró, un poco entrecortada, y pude ver cómo sus mejillas se ponían rojas, no de vergüenza, sino de algo más, como si estuviera peleando consigo misma por dentro.
Esto me hacía acordar mucho a cuando ella todavía era una bebé y yo estaba intentando descifrar si ella era una reencarnada o no.
Me estiré para tocarle el hombro, pero antes de que mi mano llegara, ella se puso de pie de golpe, tambaleándose un poco en la orilla.
"Tengo que irme", respondió rápido, con la voz temblándole como si estuviera a punto de quebrarse.
"Me van a retar si no vuelvo ahora".
"?Qué? Esperá un segundo, no te vayas así".
Yo también me paré. Sin embargo, ella ya estaba dando pasos hacia atrás, todavía sin mirarme.
"?Qué pasa, mami? ?Por qué estás tan rara?"
"?Voy a solucionar tu maldición, sea como sea!"
Lucía giró sobre sus talones y empezó a caminar rápido por el borde del arroyo, con la cabeza baja y los brazos pegados al cuerpo. La vi alejarse, su figura peque?a perdiéndose entre los árboles. Me quedé ahí, con una mano a medio alzar y el corazón en la garganta. ?Qué carajo estaba pasando? ?Qué le tenían tan nerviosa esas partículas? Sentí un nudo en el estómago, porque sabía que me estaba ocultando algo, y no tenía idea de cómo hacerla hablar.
Me quedé ahí, parado en la orilla del arroyo, con los ojos fijos en la espalda de Lucía mientras se alejaba. La vi tropezar un poco con una raíz, enderezarse sin detenerse y seguir adelante, perdiéndose entre los árboles. Mi mano seguía a medio alzar, como si todavía pudiera alcanzarla, pero no me moví. No la seguí.
?Por qué se había puesto así, tan nerviosa, tan cerrada? No era la Lucía de siempre, esa que se reía de todo y me llamaba 'hermano mayor' con esa chispa traviesa en los ojos. Esto era otra cosa, algo que me ponía la piel de gallina y me dejaba un mal sabor en la boca.
Bajé la mano despacio, dejándola caer a mi lado, y me quedé mirando el espacio vacío donde había estado.
Tal vez no era el momento. Tal vez ella necesitaba estar sola, procesar lo que sea que estuviera escuchando en ese arroyo. Seguro estaba nerviosa por lo del plan de escape. Estábamos a punto de irnos, de cruzar el agua con las barreras de Aya, y nadie sabía qué había del otro lado. ?Y si no había un arroyo como este? ?Y si las partículas mágicas no existían más allá de esta isla? Claro que nos íbamos a llevar varios baldes llenos de agua mágica, pero no era lo mismo. Este arroyo era su conexión, su forma de escucharlas, de entenderlas. Si lo perdía... ?Qué le iba a pasar? ?Qué nos iba a pasar a todos?
Seguro que en parte era eso, el temor de no saber si iba a poder seguir hablando con ellas una vez que nos fuéramos, y por eso lo hace tan repetidamente ahora. Y encima, con todo lo que había estado pasando, capaz que las partículas le estaban diciendo algo que la ponía al límite. Algo sobre mí, sobre Sariah, sobre este mundo que no terminábamos de entender. Pero si no quería contármelo ahora, insistirle no iba a ayudar. Lucía era terca cuando quería, y yo sabía bien que forzarla solo la iba a alejar más de mí.
Mi vista se dirigió hacia el arroyo, mirando el agua correr. Las partículas brillaban ahí, diminutas y silenciosas, como si se burlaran de mí por no poder oírlas.
Mejor me voy a reconstruir la casa de Fausto y luego a lo de Tariq, aunque a estas alturas él ya debe estar por el bosque o la selva, lo que significa que me lo puedo cruzar en cualquier momento.
***
Definitivamente, no quedó nada en pie.
Puse una mano sobre un montón de madera que había sobre la base de piedra y empecé a moldear. Este momento me viene perfecto, porque quiero probar una cosa que se me ocurrió: construir sin tener que cortar los troncos de los árboles.
Tampoco es que sea una idea revolucionaria, claro, porque ya hice algo similar hace poco, cuando tuve que atraer hojas hacia dentro de la cueva para darles de comer a los gnomos.
La técnica consiste en usar mi magia desde el centro del lugar a construir, que ahora sería la base de piedra, y luego ir moviendo los árboles más cercanos a través de la tierra. O sea, solo debo asegurarme de concentrarme bien en un árbol, separar sus hojas y luego moverlo a la par que muevo la tierra atravesada hacia el lado contrario.
Creo que desde que usé mi magia para hacer explotar el corazón del minotauro, he comenzado a ver mi magia desde una perspectiva diferente. Me di cuenta de que, mientras mis manos estén conectadas con el suelo, ya sea de manera directa o con un objeto, puedo hacer prácticamente lo que me plazca dentro del rango que aprendí a manejar.
Si sigo mejorando y manejándome así, creo que puedo llegar a lograr grandes cosas. Y esto que voy a hacer ahora es una buena práctica para comenzar.
Cerré los ojos y empecé con el primero, soltando todas sus hojas para que no estorbaran. Luego me enfoqué en sus raíces, imaginándolas deslizándose por la tierra como si fueran serpientes. La magia respondió al instante: el suelo tembló levemente y tiré de él hacia mí, guiándolo por debajo del suelo.
El árbol llegó hasta la base de piedra, y lo hice detenerse justo en una esquina. Lo hundí un poco para asegurarme de que no se cayera y me puse en marcha con el siguiente.
Repetí el proceso con más árboles que entraban en mi rango, colocándolos por fuera del perímetro de la base para formar una especie de pared de árboles. Cada vez que uno quedaba perfectamente alineado al lado del otro, sentía una enorme satisfacción conmigo mismo por mover algo tan grande. Era casi hipnótico, pero también me ponía nervioso, porque si me desconcentraba, podía terminar con un árbol torcido o, peor, que se cayera y pudiera aplastarme. Pero por suerte no pasó nada de eso, y la base de piedra ahora tenía un esqueleto básico para trabajar.
La verdad es que los árboles de esta zona eran bastante bonitos y frondosos. Aunque ver a estos, tan cerca de mí y sin hojas, también les daba cierta belleza.
Solo me quedó unir las piezas sueltas de la anterior casa con los árboles para así formar toda la estructura. Lo bueno era que toda la parte subterránea del ba?o estaba intacta; solo debía conectar el ca?o de piedra y listo.
If you encounter this tale on Amazon, note that it's taken without the author's consent. Report it.
Un poquito de agua mágica de la cantimplora contra mi mano para recargar partículas...
Listo.
Me aparté unos pasos, respirando agitado por el excesivo uso de magia, y miré el resultado: una casa de madera sobre una base de piedra, con dos habitaciones, un ba?o, un pasillo que conectaba todo y una sala principal amplia en la entrada. Básicamente, era la misma casa de antes.
Fausto y su familia podían vivir ahí, empezar de nuevo. Cumplí mi promesa.
Entré al interior de la casa para hacer las puertas y nada más, eso fue todo. Después a ellos les quedaría el trabajo de intentar replicar las camas, la mesa, las sillas y demás. Eso podría ser un buen comienzo para la evolución en la fabricación de objetos, aunque en todo este tiempo desde el tsunami no pareciera que hayan intentado hacer algo.
Me puse a caminar hacia la playa para agarrar mejor visión y ver hacia qué dirección tenía que ir para llegar a la cueva de Tariq. Sin embargo, al salir del bosque me topé con alguien.
"?Eh? ?Aya? ?Viniste a buscarme?"
"Algo así".
"?Algo así?"
"Es que con tu olor pude saber que estabas usando bastante magia. Entonces vine a ver qué sucedía".
"Bueno, es que estaba reconstruyendo toda la casa de Fausto. Es un favor que le hice antes de que nos vayamos, para que vivan más tranquilos y seguros".
Vi cómo sus orejas se movieron de izquierda a derecha. Todavía no sabía bien qué patrón seguían sus orejas según sus emociones, pero yo creo que le había gustado lo que escuchó.
"Ah, muy bien... Solo que no deberías haberte ido sin avisar, ?no?"
"Bueno, sí. Tenés razón, Aya, no avisé, pero... ?No te parece que exagerás un poquito? O sea, estoy bien, mirá, entero y todo".
Abrí los brazos como si fuera una prueba irrefutable, girando un poco para que viera que no me faltaba nada.
Ella ni se inmutó. Cruzó los brazos bajo el pecho, y una de sus colas dio un golpecito suave contra la arena, como si me estuviera marcando el paso.
"Luciano, no es cuestión de si estás bien o no. Es cuestión de que te vas así, sin decir nada, y dejas a todos preguntándose dónde estás. ?Y si te pasa algo en medio del bosque? ?Quién te encuentra entonces?"
Intenté esquivarla, dando un paso a un lado como si quisiera seguir caminando hacia la playa.
"Bueno, pero no me pasó nada, ?ves? Acá estoy, sano y salvo. Además, no fue para tanto, solo fui a despedirme de los demás y reconstruí una casa".
"No se trata de eso, Luciano. Se trata de que tú y Lucía tienen esa costumbre de escaparse sin avisar. Seguro están tramando algo, ?no?"
Fruncí fuertemente el ce?o, como si hubiera dicho algo completamente absurdo.
"?Qué exagerada, Aya! Lucía y yo no tramamos nada raro, te lo juro".
Ella dio un paso hacia mí, imperturbable, y sus colas se alzaron un poco más, como si estuvieran listas para atraparme si intentaba huir.
"Ah, ?no hay nada raro? Entonces no sé por qué siempre que te vas sin avisar, Lucía también desaparece por ahí, y después los dos vuelven con esas caras de ‘no pasó nada’. ?Qué están escondiendo esta vez? ?Otra idea loca que no me quieres contar?"
"?Qué imaginación tenés, Aya! Nosotros no escondemos nada. Además, yo casi nunca me escapo con ella, casi siempre lo hago solo".
Aya no se movió, pero su mirada se clavó en mí como si pudiera verme el cerebro por dentro.
"Claro, claro. Tú no haces nada... Y yo, mientras tanto, tengo que andar diciendo que tú estás bien. ?Sabes que tuve que mandar a Mirella al otro lado del bosque para que no viniera volando atrás tuyo con esa voz chillona que pone cuando se enoja? Deberías agradecerme, Luciano".
Me quedé mirándola un segundo, procesando eso último, y luego se me escapó una risita que no pude contener.
"?En serio hiciste eso? ?Mandaste a Mirella para el otro lado solo para salvarme de sus gritos? Bueno, gracias, supongo. Aunque... ?No te da un poquito de pena? Capaz que la adorable y tierna hadita ahora está perdida por ahí, buscando dónde estoy.
Qué malvada sos, Aya... Y después me decís a mí que me porto mal".
Ella alzó una ceja, y vi un destello de diversión en sus ojos, aunque su cara seguía seria.
"Pena no, y tampoco soy malvada. Pero no me cambies el tema, Luciano. La próxima vez que te vayas sin avisar, no voy a ser tan buena contigo".
"Está bien, ya no voy a escaparme más".
"Seguro que lo dices solo porque nos vamos dentro de poco y no porque lo vayas a hacer de verdad".
"Ay, Aya..."
Negué con la cabeza mientras mantenía los ojos cerrados.
"Me sorprende, la verdad. ?En serio pensás que soy un mentiroso?"
Aya descruzó los brazos y dio un paso más cerca, inclinándose bastante hacia mí hasta que sus ojos quedaron a la altura de los míos.
"No pienso que seas un mentiroso. Solo que veo que no quieres comportarte bien. Así que hazme el favor de no irte de casa otra vez sin decir nada, o vas a tener que lidiar con tus padres, conmigo y con Mirella al mismo tiempo".
Me eché para atrás, levantando las manos en se?al de rendición, aunque todavía me reía por lo bajo.
"?Está bien, está bien! Me rindo, vos ganás. No me escapo más sin avisar, y te agradezco por salvarme de Mirella. ?Satisfecha ahora, se?orita zorro místico?"
Ella se enderezó, y una de sus colas me dio un golpecito suave en la pierna, como si fuera su versión de un ‘eso espero’.
"Por ahora, sí. Pero no te confíes, Luciano. Te tengo vigilado".
Vigilado, eh... La verdad es que muchas veces he sentido que Aya me tiene vigilado. Más desde que me dijo eso del aroma mío.
"Bueno, ya que estás acá, ?me acompa?ás a lo de Tariq o te volvés a casa para avisarles que estoy bien?"
"?Vas con Tariq?"
"Sí, son los últimos de los que me debo despedir. Hasta ya me despedí del hermano de Fausto y su hijo".
"Qué amable eres... Supongo que yo debería volver a casa".
"Nos vemos en un ratito, entonces".
"Adiós, Luciano".
"Chau".
Me quedé unos segundos viendo cómo sus cinco colas pomposas se movían lentamente detrás de ella.
Siempre tan elegante, ?no? La forma en que se mueve, cómo habla y esa postura que tiene. Pero después... después vienen esos arranques raros. De pronto parece mi madre, rega?ándome como si yo fuera su hijo, con ese tono que mezcla preocupación y autoridad. Y encima le pone esa chispa sutil, ese intento de dominarme que no sé si viene de su parte animal, de esa naturaleza salvaje que lleva adentro, como si sus colas y sus orejas fueran un recordatorio de que no es solo una persona, sino algo más. No sé, me confunde. Me hace reír, pero también me deja pensando si en el fondo no estará marcando territorio, como si yo fuera parte de su manada o algo por el estilo.
Finalmente me di la vuelta; más allá en la playa se veía la base de piedra en la que estaba construida la casa de Tariq. Realmente no tenía ganas de reconstruírsela. Que se vayan a la nuestra si quieren.
Cuando llegué a la entrada, me detuve un momento, respirando hondo. No quería estar acá, no quería ver a Tariq ni lidiar con todo lo que esa familia significaba, pero si iba a cerrar este capítulo, tenía que hacerlo bien. No solo por mí, sino también por Anya.
No sé ni para qué pienso eso, si al final termino haciendo y diciendo cosas de más. Que salga lo que salga y listo.
Entré despacio, dejando que mis ojos se ajustaran a la penumbra mientras la bola de luz comenzaba a iluminar el interior. Estaba silenciosa, demasiado silenciosa.
Caminé más adentro, y fue entonces cuando vi a alguien al fondo de la cueva. Estaba sentado contra la pared; era Tarún. Estaba completamente solo. Tenía las rodillas dobladas contra el pecho y la frente apoyada sobre ellas, con el cabello oscuro cayéndole como una cortina que tapaba toda su cabeza. Sus manos estaban agarradas por delante de sus piernas, y no se movía. Parecía una estatua, o alguien que se había rendido a algo que yo no podía ver.
Me acerqué despacio, con el corazón latiéndome un poco más rápido de lo que quería admitir. Me paré a unos pasos de él y carraspeé para no asustarlo.
"Hola, Tarún... ?Por qué estás solo acá? ?Dónde están los demás?"
Hubo un silencio extenso.
No hubo ni un movimiento de su parte, ni un sonido. Solo el leve subir y bajar de sus hombros mientras respiraba. Me quedé mirándolo, esperando algo, cualquier cosa, pero nada. Sus manos seguían inmóviles, y su cabeza no se levantó.
Fruncí el ce?o, pero no insistí en el mismo tema. Me agaché un poco, apoyando una mano en la pared para mantener el equilibrio, y seguí hablando.
"Mirá, no sé si te importa tanto o no, pero quería contarte algo. Nos vamos de la isla. Todos nosotros. Vamos a cruzar el agua con las barreras mágicas de Aya. Es un plan loco, sí, pero está todo listo. Nos vamos pronto y... bueno, vine a despedirme de ustedes".
Otra vez, nada. Ni un gesto, ni un gru?ido, ni siquiera un vistazo de reojo. Tarún seguía ahí, encerrado en sí mismo, como si mis palabras fueran aire que se perdía en la cueva. Me enderecé, pasándome una mano por la nuca pelada. Esto no era lo que esperaba, pero tampoco me sorprendía del todo. Desde que Anya murió, Tarún había cambiado. Ya no era el amigo con el que convivía el día a día y charlábamos. Ahora parecía haberse convertido en esto: un chico callado, distante, atrapado en algo que no me dejaba entrar.
Pensé en insistir, en zarandearlo o gritarle para sacarlo de ese trance, pero ?para qué? Si no quería hablar, no iba a hablar. Y en el fondo, lo entendía. Perder a Anya lo había roto. Tal vez estaba en una etapa depresiva, hundido en un pozo del que no sabía cómo salir. O tal vez solo estaba cansado de todo. De mí, de esta isla, de su propia vida. No lo sabía, y era triste saber que él no me lo iba a decir.
"Bueno, Tarún", dije, bajando la voz un poco para que no se sintiera invadido.
"Supongo que esto es todo. Ya acepté que vos elegiste quedarte con Tariq, con tu papá. Y está bien, es tu vida, tu decisión. No voy a pelear más por eso. Solo quería que supieras que te deseo lo mejor, de verdad. Espero que encuentres algo que te haga feliz, que te saque de la tristeza en la que te encuentras ahora.
Yo siempre te recordaré como un buen amigo, con el que estuve viviendo un montón de tiempo y nos divertimos mucho".
Me quedé mirándolo un rato más, esperando un milagro que no llegó. Finalmente, me di la vuelta y caminé hacia la salida, con un peso en el pecho que no podía sacudirme. No era la despedida que quería, pero era la que tenía. Tarún estaba perdido en su propio mundo, y yo no podía hacer nada más por él. Era mejor así antes de empujarlo al límite y terminarme peleando con él.
"Chau, Tarún..."
La bola de luz de Mirella se apagó con un parpadeo débil y se desvaneció. Seguramente Aya ya le había avisado a Mirella que yo estaba bien y ella se había decidido por desactivarla.
Ajusté el sombrero de hojas sobre mi cabeza y me pasé las manos por la cara, intentando sacarme esa sensación rara de encima. Pero entonces vi gente justo a unos metros de la entrada: Tariq, Kiran y...
Por un segundo, mi cabeza se nubló. Era una mujer de pelo negro y largo, con los ojos negros y la piel blanca como la luna... No sé por qué, pero por un instante estúpido pensé que era Anya. Que estaba ahí, viva, caminando hacia mí como si nada hubiera pasado.
Parpadeé rápido, y la realidad me pegó en la cara. Era Yume, no Anya. Siempre habían sido demasiado parecidas a simple vista, pero ahora, viéndola de cerca, las diferencias eran obvias. Yume era más baja y más delgada, además de que no llevaba flequillo, sino el pelo hacia los costados.
Tariq iba adelante, con dos pescados grandes colgando de una mano, el pelo despeinado y esa cara de siempre, como si alguien le debiera algo. Kiran, el menor, iba atrás, arrancando unas hierbas y tirándolas hacia cualquier lado. Y Yume... Yume estaba al lado de Tariq, con una mano apoyada en su boca, como si estuviera conteniendo algo.
Los saludé de mala gana, levantando una mano a medias.
"Hola, Tariq. Hola, chicos".
Tariq me miró, asintiendo apenas.
"Luciano. ?Qué haces aquí?"
"Pasé a despedirme de Tarún y también de ustedes. Nos vamos de la isla pronto, todos nosotros".
Antes de que Tariq pudiera responderme, Yume hizo un ruido raro, una especie de arcada que intentó disimular con la mano, y mis ojos se fueron directo a ella; se puso una mano en el vientre y apoyó un hombro contra la pared de la cueva para mantenerse en pie... No se le notaba nada abultado todavía, pero no era idiota. Estaba embarazada. Otra vez Tariq, otro hijo, otra vida empezando en esta isla de mierda mientras nosotros nos íbamos. Y no sé por qué, pero eso me puso de mal humor.
"?Y vos, Yume? ?Todo bien?"
Yume levantó la vista de golpe cuando escuchó mi voz y se apartó un poco la mano de la boca, claramente forzando una sonrisa.
"Luciano... qué alegría verte por aquí".
"Yo también me alegro de verte, Yume. Y felicitaciones, eh, se te nota que estás muy bien", dije, manteniendo la voz relajada pero con un gui?o sutil, como si supiera más de lo que decía.
No quería que tuviera que explicármelo, no hacía falta. Era obvio que estaba esperando otro hijo, y aunque no me emocionaba la idea de que ella siguiera estando con un tipo como Tariq, no iba a arruinarle el momento.
"Gracias..." Logró murmurar antes de que le viniera otra arcada y tuviera que salir apresurada hacia fuera, con Tariq dejando caer los pescados al suelo y siguiéndola de cerca.
Mis ojos pasaron a Kiran, que seguía jugando a arrancar hierbas y tirarlas al suelo. Me acerqué a él en un par de pasos, inclinándome un poco para quedar a su altura.
"Hola, Kiran".
Antes de que pudiera responder, lo envolví en un abrazo rápido pero fuerte, de esos que no dejan lugar a escapatoria.
"Portate bien, ?eh? Y cuidá a tu mamá y a tu hermano".
"?Por qué dices eso, Luciano?"
"Porque te quiero mucho, Kiran".
Cuando lo solté, él se me quedó mirando con esos ojos chiquitos y negros. Creo que no entendía lo que estaba pasando porque no había llegado a escucharme.
"?Quieres jugar?" Preguntó.
"Uhm..."
Me puse un dedo en el mentón, haciéndome el pensativo.
"Tal vez otro día, ?sí? Si no, mi mamá te va a retar".
"?Sí, que te rete por no querer jugar!"
Por alguna razón, él se puso contento y empezó a saltar, pisoteando las hierbas altas.
"Eso no es lo que quería decir, pero bueno...
Chau, Kiran".
Sin decir nada más, me di la vuelta y empecé a caminar, no hacia la playa, sino hacia más dentro del bosque. No tenía ganas de cruzarme con nadie más.
Si soy sincero, no sé qué mierda me pasa. Debería estar feliz por ella, por Kiran, por esa vida nueva que viene para ellos. Pero no podía. Todo en esta isla se comenzaba a sentir como un peso, como si cada cosa viniera con una sombra que no me dejaba respirar. Anya no estaba, Tarún estaba depresivo, y ahora Yume y Tariq seguían adelante como si nada, mientras yo me iba con mi familia a quién sabe dónde, con una maldición comiéndome la cabeza.
Miré un poco a mi alrededor; el bosque estaba hecho un desastre. El tsunami había dejado su marca por todos lados: árboles tirados en el suelo, ramas colgando como si fueran a caerse en cualquier momento y montones de hojas podridas amontonadas en algunas partes. Cada paso que daba era un recordatorio de lo que habíamos perdido, de lo frágil que era todo esto. Y sin embargo, entre el caos, todavía había vida en esta isla; nosotros seguíamos pisando y sobreviviendo sobre estas tierras.
La verdad es que todo se lo debemos a Pyra...
Seguí caminando, sin rumbo fijo, dejando que mis pies decidieran por mí. Los árboles se fueron haciendo más densos, las sombras más largas y yo, mientras tanto, estaba solo, o eso creía, hasta que algo me hizo detener para mirar mejor. A lo lejos, entre las ramas y las enredaderas que colgaban de los árboles, vi algo raro. Una forma extra?a, inmóvil, que no encajaba con el resto del paisaje.
Di un paso adelante, luego otro, con el corazón empezándome a latir más rápido sin que supiera por qué. La bola de luz de Mirella ya no estaba, así que tuve que forzar la vista, esquivando las ramas bajas. A medida que me acercaba, la forma se iba haciendo más clara, y un frío helado me bajó por la espalda.
Era una persona colgada del cuello. Una enredadera gruesa le rodeaba la garganta, sosteniéndola en el aire.
?Suicidio?
Sus piernas colgaban flojas, inmóviles, y el pelo... era casta?o, de un casta?o bien oscuro.
Y su ropa... roja.
No... No podía ser verdad.