Mi mamá...
Me quedé callado, porque ?qué carajo podía decirle? Tenía razón. La maldición del Rey Demonio era mi cruz, algo que cargaba solo porque no quería cargar a los demás con eso. Pero verla así, llorando por mí, me rompía de una forma que no esperaba. Di un paso más y la envolví en un abrazo, apretándola contra mi pecho con cuidado, como si fuera a romperse si la sostenía demasiado fuerte. El sombrero se ladeó un poco, pero no me importó. Sentí sus bracitos rodearme la cintura, y su cara se hundió en mi remera, mojándola con sus lágrimas.
"No digas más esas cosas, por favor..." Murmuré.
"Te lo prometo. Esto no me va a ganar. Vamos a salir de esta isla juntos, y voy a encontrar una forma de sacarme esta mierda de encima. Vos no te preocupes".
Ella no respondió de entrada, solo se quedó ahí, temblando un poco mientras se aferraba a mí. El bosque estaba silencioso a nuestro alrededor, como si hasta el viento supiera que este era un momento que no había que interrumpir. El murmullo del arroyo era lo único que se escuchaba, y por un segundo me imaginé que las partículas mágicas también estaban mirándonos, calladas, esperando a ver qué hacíamos.
"No quiero que te pase nada... Sos mi hijo, Luciano... No quiero perderte otra vez".
"No me vas a perder. Te lo juro, mami. Vamos a salir de esta, vos y yo, como siempre. Y si las partículas están diciendo algo raro, vos vas a descifrarlo, ?no? Siempre fuiste muy inteligente".
Ella soltó una risita chiquita entre las lágrimas, y sentí cómo se relajaba un poco en mis brazos.
"Bueno… pero vos también sos bastante listo, aunque no lo admitas".
"Shh, no le digas eso a nadie o me van a pedir más cosas", bromeé, apretándola un poco más antes de aflojar el abrazo para mirarla a la cara.
Tenía los ojos rojos, las mejillas húmedas, pero ya no lloraba. Me miró con esa mezcla de ternura y preocupación que solo ella podía tener, y yo le sonreí, ajustándome el sombrero con una mano.
"?Ves? Con esto ya me siento mejor. Nadie va a notar lo del pelo, y el cuello... Bueno, supongo que voy a tener que aguantar mientras sigo tomando agua mágica todos los días".
Lucía asintió despacio, limpiándose la cara con el dorso de la mano.
"Está bien... Pero si te duele mucho, me lo decís, ?eh? No quiero que sigas guardándotelo todo".
"Prometido".
"?Y ahora qué hacemos?"
"?Qué te parece si volvemos a casa antes de que Rin y Rundia empiecen a sospechar que nos escapamos?"
Ella rio bajito, y esa risa me alivió más de lo que esperaba.
"?Sí!"
***
Ha pasado poco más de un mes desde que empecé a llevar este sombrero. Durante ese transcurso de tiempo, me dediqué a crear ropa nueva para todos los humanos de nuestro grupo.
No fue fácil, porque lo único que teníamos a mano eran las bayas de roclora de color rojo, morado y verde. Así que, con el pelaje blanco que seguía juntando cada vez que peinaba las colas de Aya, y un poco que le quitaba en secreto con mi magia, me puse a te?irlo con los jugos de las bayas y sus mezclas. No había mucho margen para experimentar, pero al menos logré sacar algunos colores decentes. Para todos usé el mismo modelo de ropa: remera y bermuda para Rin, que era el único hombre además de mí, y remera y falda para las chicas. Aya, Mirella y Pyra no necesitaron nada nuevo, claro; sus ropas ya las creó Sariah, perfectamente hechas para ellas desde que aparecieron en este mundo.
Cada uno eligió su color, y la verdad es que me sorprendió un poco lo que pidieron. Rin se quedó con el verde puro, como el mío; dijo que le gusta mucho el color de las hojas de los árboles. Rundia optó por el rojo con una pizca de morado; era un poco oscuro para alguien tan alegre, pero ella estaba encantada, porque decía que nunca vio un color así. A Lucía, Rundia le eligió el color rojo, aunque a ella le terminó gustando. Samira pidió el morado puro, y su hermana le siguió con la elección, así que ahora se ven prácticamente iguales.
Por cierto, no les di para elegir el blanco, ya que, al vivir en constante contacto con el bosque, animales y demás, se les iba a ensuciar demasiado rápido, y tal vez algunas manchas ni siquiera salieran del todo.
Eso sí, no sé cómo carajos la ropa de Aya se ensucia tan poco. O sea, la debe lavar solo dos o tres veces al mes y con eso le basta. Yo creo que la misma tela mágica hace salir la suciedad por su cuenta.
Si sacamos algo más positivo de todo esto, es que ahora ellos saben que los colores pueden mezclarse y formar otros nuevos.
Lucía, por su parte, empezó a ense?arles a los demás cómo trenzar hojas y formar algo sólido, porque después de que me dio el sombrero, todos se quedaron mirándolo como si fuera una maravilla. Aun así, la única que quiso tener uno fue Rundia. No fue tanto por lo lindo, sino porque Lucía la convenció de que, con eso puesto, el sol no le iba a calentar tanto en la cabeza. Ahora anda por ahí con su sombrero de hojas trenzadas, igual de prolijo que el mío.
Ah, también intentamos hacer una hamaca, pero lamentablemente se rompió y Lucía me advirtió que ni se me ocurra usar magia para ayudarla, que ella lo va a lograr sola.
No lo va a lograr, obviamente. Por más que lo que arme parezca lo suficientemente resistente, al fin y al cabo, son solo hojas.
Una cosa que noté en Lucía es que se la ve más enojada, más triste. Todo el tiempo me busca en secreto, me revisa el pelo, me pregunta que cómo me siento, y eso me está empezando a preocupar, porque no va a parar hasta encontrar una solución.
Ahora está todo el tiempo intentando escuchar a las partículas. Hasta me pidió que le diera un mechón de pelo para tirarlo al arroyo mágico y ver qué pasa.
Encima la han estado retando un montón de veces porque se la pasa escapándose de casa para ir al arroyo.
?Debería quitarme todo el pelo de una y demostrarle que sigo estando bien a pesar de eso? Tal vez pueda seguir escondiéndolo de los demás con mi sombrero.
No sé qué hacer, la verdad. Esta situación es agobiante.
Volviendo al presente, ahora mismo acaba de amanecer. El cielo está todavía medio grisáceo, con un hilo de luz anaranjada asomando por el horizonte, y yo estoy escabulléndome solo por el bosque, rumbo a los pasadizos subterráneos. Nadie sabe que estoy yendo para allá, ni siquiera Lucía o Mirella.
Hablando de Mirella, hace tan solo unos minutos, le susurré al oído que necesitaba una bola de luz que me siguiera solo a mí. Estaba tan dormida que apenas murmuró un "sí, Luciano" y levantó una mano, haciendo que una esfera brillante y chiquita saliera de sus dedos, flotando sobre mi cabeza como un seguidor fiel. De hecho, todavía está ahí, iluminándome el camino entre los árboles. No sé si Mirella se va a acordar de esto cuando despierte, pero por ahora me sirve.
?Y por qué estoy yendo a los pasadizos subterráneos? Porque voy a empezar a despedirme de todos, ya que ayer mis padres se dieron por vencidos con lo de esperar a que crezcan los frutos. Rin se lo dijo a Rundia frente a mí, aunque ella solo respondió asintiendo con la cabeza. A pesar de ese gesto tan desanimado, vi cómo todavía sonreía al ver las acelgas que podían crecer en cualquier momento. Creo que en el fondo todavía tenía esperanza de que Adán hiciera un milagro más grande, pero al final terminó aceptando que eso no iba a pasar. Así que el plan de escape está en marcha, y antes de que nos vayamos, quiero asegurarme de despedirme de todos. No es porque tenga ganas de hacerlo, porque hay personas a las que no quiero ver, pero de alguna manera siento que estoy obligado a cerrar este ciclo como corresponde.
Mierda... Al tener que salir por la ventana, olvidé buscar algo de comida para desayunar. Bueno, supongo que alguien me convidará algo, ?no?
El agua del arroyo se veía bastante bien, bastante limpia; Pyra había estado limpiando todos los días el arroyo con una especie de colador de madera que le fabriqué.
Aproveché y tomé del agua mágica para aliviar un poco el dolor muscular, recargué mi cantimplora y caminé rumbo a la gran cueva mientras sostenía unas flores amarillas en la mano.
Al llegar a la sala principal, que todavía seguía iluminada por aquella bola de luz que puso Mirella, logré ver que en un rincón estaban todos los gnomos durmiendo, todos bien cerquita de Forn.
No me hacía falta hablar con ellos, pues Forn ya me dijo que sí van a venir con nosotros, y que le avisara si necesitaba ayuda con algún encantamiento o lo que sea.
En el medio de la sala estaba la lápida de Anya, esa que, aunque no tuviera nada escrito, yo sabía bien su significado, y me costaba aceptarlo.
Me temblaron las piernas un segundo, pero respiré hondo y me dejé caer de rodillas frente a ella, sintiendo la piedra fría chocando contra mi piel.
Bajé la mirada a las flores marchitas que había dejado la última vez y las aparté con cuidado, reemplazándolas por las nuevas. Las acomodé con los dedos, asegurándome de que quedaran bien puestas, como si ella pudiera verlas desde algún lado. El sombrero de hojas se me ladeó un poco, pero no me importó. Todo lo que importaba ahora era esto, este momento.
Me incliné hacia adelante, apoyando las manos en el suelo, y empecé a susurrar, tan bajo que apenas podía escucharme a mí mismo, como si temiera que Forn y los demás pudieran escucharme. En realidad, no debían de escucharme.
"Anya... Soy Luciano. Perdón por molestar... Bueno, solo quería decirte que ojalá tu alma haya encontrado un lugar donde descansar. Que hayas reencarnado en este mundo o en otro, no sé... algún sitio donde estés bien, donde no tengas que sufrir más".
Hice una pausa, tragando saliva. Tenía un nudo en la garganta que me apretaba fuerte, pero seguí.
"Perdoname, ?sí? Porque... Porque creo que Tarún y yo vamos a andar por caminos separados de ahora en más. él eligió quedarse con su padre, con Tariq, con la persona que vos más odiaste en tu vida. Y yo no puedo hacer nada para cambiar eso. Lo intenté, pero… él tiene su propio pensamiento. Perdoname por no poder mantenerlo cerca, como vos hubieras querido".
Sentí un pinchazo en el pecho, como si algo se rompiera adentro. Las palabras salían solas, temblorosas, mientras mis dedos se clavaban en los tallos de las flores.
"Me voy a despedir de vos ahora, Anya. Quiero que sepas que voy a mantenerme fuerte, por vos. Para que no tenga que volver a sentir lo que es perder a alguien querido. No voy a dejar que esto me derrumbe... ni la maldición, ni el dolor, ni nada. Te lo prometo".
Me acerqué más, hasta que mi frente casi tocaba la parte superior de la lápida. Estiré una mano y la pasé por la superficie áspera, como si pudiera sentirla a través de ella. Luego, con un movimiento lento, me incliné del todo y le di un beso suave a la roca, justo en el centro. El contacto era extra?o, pero no me aparté de inmediato. Después, envolví la lápida con mis brazos, abrazándola como si fuera ella misma, como si pudiera devolverle algo de lo que nunca le di en vida.
"Qué tonto fui, ?no? Me di cuenta demasiado tarde de que eras un amor imposible para mí. Pasé a?os mirándote con esos ojos, pensando que tal vez... No sé, que tal vez algún día mi futuro sería contigo. Fui egoísta, Anya. Egoísta por verte de esa manera, por querer algo que nunca iba a pasar. Pero no te voy a olvidar. Siempre vas a estar acá, en mi corazón, porque fuiste una gran persona. La mejor".
Me quedé así un rato, con los brazos alrededor de la lápida. Las lágrimas no vinieron, aunque las sentía picándome en los ojos. No quería llorar, no ahora. Esto no era tristeza, era... otra cosa. Era cerrar algo, dejarla ir de una vez, aunque sin soltarla del todo.
Finalmente, me aparté despacio, soltándola con cuidado, como si temiera romper algo frágil. Me puse de pie, ajustándome el sombrero de hojas, y miré la lápida una última vez.
"Adiós, Anya. Cuidate, estés donde estés".
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Respiré hondo, llenándome los pulmones con el aire húmedo de la cueva. Había más despedidas por hacer. Sin embargo, yo ya sabía que esta terminaría siendo la más difícil.
Me limpié un poco los ojos mientras caminaba hacia el pasadizo que estaba a mi izquierda, el que me llevaría justo a la cueva de mis abuelos.
Este pasadizo... Se notaba bastante claro que el agua del tsunami también había llegado hasta acá. No solo por la humedad en las paredes, sino por las hojas y ramas desperdigadas por el suelo.
Al llegar al final, parecía que ellos habían estado intentando tapar la que para ellos era la entrada al pasadizo, porque estaba cubierta como hasta por la mitad con piedras, ramas y trozos de madera. Ciertamente, nunca les gustó que los gnomos le hayan hecho todo esto.
Usé un poco de magia para hundir toda esa porquería y salí del pasadizo, quedándome justo en el final. Desde donde estaba, podía verlos perfectamente sin que ellos me notaran, porque estaban sentados en la salida de la cueva, mirando hacia afuera, con la selva extendiéndose frente a ellos.
Ayla estaba a la izquierda, con las piernas cruzadas y con algo entre las manos que no logré reconocer, aunque seguro que era comida, porque se lo llevaba a la boca con movimientos lentos, casi mecánicos. A su lado, Harlan estaba encorvado, sosteniendo algo con el mismo formato que lo que ella tenía. Me parece que era carne lo que estaban comiendo. Ninguno hablaba, solo comían, mirando hacia fuera como si el mundo entero les diera igual.
Me quedé ahí, quieto, con la respiración baja para no hacer ruido. Ellos me odiaban, y no era un secreto para nadie, porque Harlan ya me lo había dicho en la cara. Me odiaban por ser el hijo de Rundia, la hija que ellos abandonaron como si fuera basura cuando quedó embarazada de mí como a los quince a?os. Para ellos, más él que ella, Rundia había sido un error, una vergüenza que no supieron manejar, y yo era la prueba viva de eso, el recordatorio constante de lo que habían hecho mal. Nunca me lo perdonaron, aunque yo no tuviera la culpa de nada.
Los miré un rato más, y mi cabeza empezó a darle vueltas a una idea... ?Por qué seguían juntos estos dos? En un mundo tan primitivo como este, donde no existen los métodos anticonceptivos, donde todo solo se trata de sobrevivir, era raro que una pareja como ellos no hubiera tenido otro hijo después de Rundia. ?Qué pasaba? ?No podían? ?O simplemente no querían? Me imaginé por un segundo si seguirían teniendo sexo o si eso también se había muerto entre ellos hacía a?os. Capaz que no, capaz que sus cuerpos ya no lo pedían más. O tal vez solo estaban juntos por costumbre, porque en un lugar como este, tener a alguien al lado mejora las chances de no morirse solo. Dos personas cazan mejor que una, cuidan mejor el fuego, se cubren las espaldas. Pero amor... amor no les veía.
Suponiendo que el funcionamiento del cuerpo humano en este mundo es igual al de los humanos en la Tierra, seguro que Harlan ya debe estar teniendo problemas de próstata, si no es que ya descubrieron la masturbación, obvio. Aunque también por edad ya debería estar sucediéndole.
Dejando a un lado pensamientos que no debería tener en un momento como este, porque no debería estar analizando sus vidas, pienso que ahora que me voy, que voy a cruzar el agua con los demás, esto debería tener algún cierre decente. Aunque sea tan solo quedar en buenos términos. No quiero que me sigan odiando desde lejos, pero tampoco sé del todo cómo evitarlo.
Espero que expresando mis verdaderos sentimientos sea la forma indicada.
El crujido de una rama bajo mi pie los hizo girar la cabeza al mismo tiempo. Ayla dejó de masticar, y yo pude ver que era un trozo de carne lo que tenía entre sus manos. Harlan entrecerró los ojos, como si ya estuviera buscando una excusa para echarme a patadas. Me detuve a unos metros de ellos, intentando parecer más relajado de lo que estaba.
"Hola, Ayla. Hola, Harlan. Hola, abuelos", dije, alzando una mano en un saludo torpe que ni siquiera intenté hacer ver natural.
Ellos no respondieron, solo intentaron terminar de masticar y me miraron. Pero no los dejé responder. Esto tenía que salir de mí, y no iba a dejar que sus caras de culo me frenaran.
"Perdón por venir desde ese lado, pero era la forma más segura de llegar hasta acá. No vine a molestarlos ni nada por el estilo, así que no pongan esas caras de fastidio. Solo quería hablar un rato, decirles algo importante antes de que sea tarde. Porque sí, es importante, y creo que al menos merecen saberlo, aunque sea lo último que escuchen de mí.
Miren, no sé cuánto saben de lo que está pasando afuera de esta selva. Supongo que realmente no saben lo que estamos por hacer. La cosa es que mi familia, mis amigos y yo nos vamos de la isla. Sí, todos nosotros: Rundia, Rin, Lucía, las gemelas, Aya, Mirella, Pyra, Forn y los gnomos. Tal vez no reconozcan algunos de esos nombres, pero nos vamos a ir muy pronto de esta isla, y estoy seguro de que no nos vamos a volver a ver nunca más. No les voy a contar cómo lo vamos a hacer, porque no tiene sentido. No lo entenderían, y no es que esté pensando que sean tontos ni nada, es solo que... bueno, es algo que está más allá de lo que ustedes conocen. Pero eso no importa ahora".
Hice una pausa, mirando sus caras. Ayla ya se estaba poniendo de pie. Harlan, en cambio, seguía sentado y separaba violentamente la carne con sus manos para luego llevarse los trozos a la boca. Pero no me moví, ni retrocedí. Solo seguí, dejando que las palabras salieran como un río que ya no podía contener.
"Quería venir a despedirme, supongo. A decirles que me hubiera gustado que las cosas fueran distintas entre nosotros. No sé, que la familia estuviera unida de verdad, que no se hubieran aislado como si Rundia y yo fuéramos un error que había que borrar. Porque eso es lo que hicieron, ?no? Cuando ella quedó embarazada de mí, la echaron a patadas como si no valiera nada, y a mí me odian desde el primer día solo por existir. Y está bien, no los culpo, cada uno hace lo que puede con lo que tiene. Pero igual me hubiera gustado verlos a todos juntos, aunque sea una vez. Quería ver juntos a Rundia, Rin, ustedes, mi hermana, yo... una familia de verdad, sin todo este odio que nos separa.
Lamentablemente, la realidad es otra, y el tan solo hecho de recordar que ni se acercaron a Rundia cuando estaba llorando por Anya me hace sentir repulsión por ustedes, pero bueno, ya está, ya no importa, porque ahora que nos vamos, ahora que no van a tener más la chance de verla a ella, ni a mí, ni a nadie de nosotros, capaz que se den cuenta de lo que perdieron. O capaz que no, qué sé yo. Eso ya no depende de mí".
"Luciano, tú no sabes nada de lo que sucedió en nuestra familia. No puedes hablarnos así", fue lo único que se dignó a decir Ayla, mirándome con esos ojos marrones suyos.
?Que no podía hablarles así? No iba a darle el gusto de contestarle esa burrada.
"No vine a pelear, ni a pedirles nada. Solo quería decirles eso y desearles una buena vida. De verdad, se los digo desde el fondo del corazón, aunque ustedes no me crean. Espero que estén bien, que sobrevivan a todo lo que venga, que encuentren algo que los haga felices en este lugar de mierda. Y, si quieren, si alguna vez necesitan un lugar donde quedarse, la casa nuestra, la de madera en la playa, queda para ustedes. Nosotros no la vamos a necesitar más. Está reconstruida, sólida, con un montón de habitaciones y demás. Es de ustedes si la quieren. Si no, bueno, que se la quede Fufi o quien sea, me da igual".
"?Fufi...?"
"Es el nombre de un animal muy bonito y amable..."
"No entiendo nada de lo que estás diciendo, Luciano", respondió, frunciendo el ce?o mientras se cruzaba de brazos.
Su voz tenía ese tono seco que siempre usaba cuando hablaba conmigo. Lo único bueno es que no llegaba a ser hostil, o al menos eso pareciera.
"?Qué es eso de que se van? ?A dónde? ?Y por qué nos estás diciendo todo esto ahora? No tiene sentido".
Harlan gru?ó algo por lo bajo, metiéndose otro pedazo de carne en la boca, pero no levantó la vista. Parecía que le importaba más la comida que lo que yo tuviera para decir.
"Básicamente, no nos vamos a volver a ver más. Eso es todo lo que tenés que saber. Nos vamos de la isla, lejos, y no hay vuelta atrás. Solo quería despedirme y que quedemos bien entre nosotros. Nada más que eso".
De repente, Ayla se llevó los dedos a las sienes, apretándolas como si quisiera contener algo que se le escapaba. Su respiración se aceleró, y sus ojos se abrieron más de lo normal, perdidos en algún punto más allá de mí.
"?Entonces no voy a volver a ver a Rundia?" Murmuró, casi para sí misma, como si la idea recién estuviera cayendo en su cabeza.
"?Nunca más? ?Nunca más voy a verla? ?Es eso lo que estás diciendo, Luciano? ?Que no la voy a ver nunca más?"
Parpadeé, sorprendido por el cambio. Su voz temblaba, subiendo de tono con cada pregunta, como si estuviera peleando consigo misma. Realmente no sabía si estaba feliz o enojada.
Dio un paso hacia mí, tambaleándose un poco, y siguió repitiendo:
"?Nunca más? ?De verdad no voy a volver a verla? ?Rundia se va y ya está? ?Nunca más?"
"Ayla, calmate un momento".
Levanté una mano para frenarla, aunque no sabía bien qué estaba pasando.
"?Qué te pasa? ?Por qué te ponés así ahora?"
Ella no me escuchó. Siguió hablando, más rápido, con las manos apretándose el pelo oscuro, aunque ya con algunas canas.
"?Nunca más? No puede ser... ?Y si no la veo nunca más? ?Nunca más voy a saber de ella? ?De mi hija? ?Nunca más?"
Esto era raro, demasiado raro para venir de ella, una de las mujeres más imperturbables que conocía en esta zona.
"Ayla, pará un momento. Sincerémonos, ?sí? ?No era esto lo que querías? ?No verla nunca más? Porque, por lo que sé y dije antes, vos y Harlan la echaron de sus vidas como si fuera un estorbo. La abandonaron cuando más los necesitaba. Entonces, ?qué pasa ahora? ?Por qué te ponés así si esto era lo que querías?"
Ella se congeló, con las manos todavía en el pelo. Sus ojos se clavaron en los míos, y por un segundo vi algo romperse en su mirada, como si mis palabras hubieran golpeado un lugar que llevaba a?os escondiendo.
"Yo... Sí, la odio. La odio por lo que hizo, por lo que nos hizo pasar. Por no hacernos caso, por... por todo. Pero... no quiero que le vaya mal en la vida. No quiero eso. La odio, pero no quiero que sufra, no quiero que le pase nada malo. No quiero eso..."
Realmente, no esperaba que se quebrara de esa forma. Pensé que iba a gritarme, a decirme que me metiera en mis asuntos, a echarme de la cueva. Pero esto... esto era otra cosa. Era como si, por primera vez, estuviera dejando salir algo que llevaba guardado demasiado tiempo.
Ya había dado algunos indicios, claro. Como aquella vez que la conocí, cuando me preguntó en secreto si su hija se encontraba bien.
"Escuchame, Ayla. Rundia no va a sufrir, te lo prometo. Ella ahora tiene a gente que la quiere, que la cuida. Tiene a Rin, a Lucía, a mí, a todos nosotros. No está sola, y no va a estarlo nunca. Vamos a cruzar el agua, sí, pero vamos a estar bien. Ella va a estar bien, porque yo no voy a dejar que nada malo le pase. ?Entendés?"
De pronto, ella dio un paso atrás, tambaleándose como si el suelo se hubiera movido debajo de sus pies, y me dio la espalda con un movimiento brusco. Sus hombros temblaban, y su respiración se oía pesada, cortada, como si estuviera peleando por no derrumbarse del todo.
"Vete... Me siento mal... No quiero hablar más de esto. Vete, por favor".
No me moví de inmediato. Me quedé mirándole la espalda, esa figura enorme que ahora parecía más frágil que nunca. Quise decir algo, insistir, tal vez preguntarle una vez más por qué carajo se ponía así ahora después de tantos a?os de indiferencia, pero no me salió nada. ?Para qué? Ya había dicho lo que tenía que decir, y ella... ella no iba a darme más. No hoy, al menos.
"Está bien".
Comencé a caminar hacia el pasadizo, parándome justo en el comienzo.
"Voy a hacerles un último favor antes de irme. Después de esto, no me van a ver más".
Ninguno de los dos contestó. Pero justo cuando comencé a cerrar el pasadizo con magia, pude sentir un "adiós, ni?o" por parte de Harlan. No sé si le salió sincero, o si simplemente estaba feliz por no tenerme que ver nunca más.
De todos modos, no lo saludé. Estaba demasiado molesto como para hacerlo, aunque no era tanto por ellos, sino conmigo mismo, por no haber podido lograr que esto tuviera un cierre decente.
Me apoyé contra la pared de piedra que acababa de armar sin poder sacarme de la cabeza la cara de Ayla. Esa crisis extra?a que había tenido... ?Qué carajo le pasaba? ?Era culpa? ?Miedo? ?O algo más profundo que ni ella entendía? Tal vez ellos dos tenían un problema mental, un trauma que nunca superaron después de lo de Rundia. Capaz que echarla los había roto más a ellos que a ella, y ahora vivían atrapados en eso, en un odio que no sabían cómo soltar.
Quizás no era yo el indicado para hablar con ellos, porque ni siquiera los conozco bien.
Lo malo ahora es que no estoy satisfecho con cómo terminó esto. ?Qué puedo hacer para al menos sentirme mejor conmigo mismo?
Carajo... Estos viejos son un fastidio.
No pude aguantar más; volví a apoyar las manos sobre la piedra recién moldeada y la abrí de nuevo.
"?Ustedes dos!"
No pude evitar se?alarlos con un dedo. Ellos me miraron, sorprendidos.
"?Ah, maldición! ?Ustedes son dos mierdas, pero aun así...! Si aprecian aunque sea un poco a Rundia, si al menos recuerdan los momentos felices que vivieron con ella antes de comenzar a odiarla, entonces ustedes... ?Ustedes deberían tener una última charla con su hija antes de separarse para siempre! ?Hijos de puta!"
Los dos se me quedaron mirando, y por primera vez en todo este rato, sus caras no eran de indiferencia o fastidio. Ayla tenía los ojos abiertos de par en par, con las manos apoyadas en su mandíbula, como si mi grito la hubiera congelado en el tiempo. Sus labios temblaban apenas, y por un segundo pensé que iba a decir algo, pero no dijo nada. Harlan, en cambio, había dejado caer sobre su regazo el pedazo de carne que estaba masticando; su boca estaba entreabierta, mostrando unos dientes gastados.
Esa era probablemente la última imagen que tendría de ellos, y una que seguramente no querría volver a ver.
Con un movimiento rápido, retrocedí y cerré el pasadizo de golpe. La piedra se alzó desde el suelo como una cortina, sellando la entrada para siempre.
Apoyé la espalda contra la pared recién formada, sintiendo la superficie lisa de la roca contra mi remera. Mis piernas cedieron solas, y me dejé caer despacio hasta quedar sentado en el suelo, con las rodillas dobladas y las manos descansando flojas sobre ellas. Solo me quedé ahí, mirando el túnel que se volvía oscuro frente a mí, y de repente, una risita corta se me escapó de la garganta.
Los gritos, el 'hijos de puta' final... Todo eso no estaba en el plan. Yo había ido a despedirme, a cerrar las cosas con algo de dignidad, a dejarles un mensaje tranquilo y seguir mi camino. Pero no, terminé insultándolos en la cara.
Aun así, me sentí muy bien al insultarlos.
Ellos seguro todavía estaban procesando lo que les había dicho, o tal vez ya estaban puteándome en voz baja mientras seguían con su carne. Qué sé yo. Sin embargo, algo en mí, una parte que no quería admitir del todo, esperaba que mis palabras hicieran algo. Que les pegaran en algún rincón olvidado de sus cabezas duras y los obligaran a pensar en Rundia, en lo que habían perdido. Que tal vez, solo tal vez, buscaran esa última charla con ella antes de que nos fuéramos para siempre. Porque Rundia... Rundia se merecía un cierre decente con esos dos, aunque fueran un par de mierdas egoístas.
Y si Rundia no tiene la posibilidad o las fuerzas para insultarlos, yo ya lo hice por ella.
"Bueno, ya está... Me desahogué, les dije lo que pienso, y si no lo aprovechan, que se jodan", murmuré mientras me levantaba.
Ahora a por los demás. No sin antes cerrar todo el pasadizo, por supuesto.